Cuento sobre celuloide IV

Una entrega algo más corta que las anteriores debido a los reajustes en las entradas y a que no quería cortar la batalla en dos partes. Espero que os guste.

Tras comprobar que en el compartimiento de carga se encontraba realmente el hiperimpulsor que había reclamado como pago por mis servicios despegué y tomé la astropista hasta la Tierra. Esta había sido construida por los propios piratas tras tomar la Perla de Afrodita por el simple procedimiento de robar los anillos de astropistas que habían quedado en desuso desde el inicio de la guerra. El camino terminaba en la Tierra en primer lugar por cuestiones logísticas, tener que hacerse con más anillos, y en segundo lugar por evitar que alguien tomara la salida equivocada y terminara aterrizando allí por error. Desde la Tierra podía tomar uno la astropista hasta Marte y la civilización. Dicha astropista se conservaba operativa por el gran número de naves que viajaban a la Tierra. En realidad desde su destrucción se había convertido en un destino mucho más atractivo. Los científicos la visitaban para estudiar los efectos del asteroide y un número cada vez mayor de civiles, entre familiares de los que murieron, apocalípticos, iluminados, y demás locos del sistema solar habían convertido la Tierra en su centro de reunión. No se habían construido estaciones orbitales por el simple motivo de que quienes tenían interés pensaban que era un lugar maldito, y quienes no tenían miedo de las maldiciones no estaban en absoluto interesados. El caso es que todos los días varias naves de pasajeros y privadas pasaban por allí. La Luna, sin embargo, había quedado olvidada. Era una especie de triángulo de las bermudas, quien se quedaba entre la Tierra y la Luna estaba condenado a quedar perdido para siempre en el espacio. Por ello todos los visitantes estaban siempre en el lado opuesto de la Tierra al que estaba la Luna. La realidad no obstante era mucho menos espectacular, los piratas y los traficantes utilizaban esa ruta precisamente para no encontrarse con nadie, lo que significaba que si pasabas por allí tenías bastantes números para terminar en una refriega. Nunca he tenido muy claro si fue el mito lo que hizo empezar a usar esa ruta a los piratas o la presencia de piratas lo que hizo nacer el mito, probablemente era una de esas cosas que se retroalimentan, un círculo vicioso.
Vi de lejos las detonaciones sobre la superficie lunar, así como algunas en el vacío del espacio infinito. Por lo visto alguien estaba batallando en la cara oculta de la Luna. Claramente podría haber ignorado las explosiones y haber seguido mi camino, pasado entre la Tierra y la Luna como si nada, pero no lo hice. En lugar de eso decidí contactar por radio, una vieja costumbre de militares, para enterarme de qué estaba pasando, si tenía algo que ver conmigo o con mis intereses y ¿por qué negarlo? si podía sacar tajada.
-¿Necesitan ayuda por ahí?- me presenté en abierto. Dado que estábamos en tierra de nadie decidí prescindir de las formalidades.
-¿Héctor?- oí una voz por el comunicador tras una serie de amenazas por parte de los atacantes.
-¿Nos conocemos?- me acordé de las palabras de Jack sobre ir en un caza fácilmente identificable y me preocupé, pensando en que en ese momento iba en otra nave.
-Soy Rico, Rick Buttowski, servimos juntos en el ESS Belaya no me habrás olvidado ¿verdad?- Buttowski sonaba un tanto desesperado en aquel momento.
-Como siempre metido en problemas ¿eh?- me reí yo cambiando el rumbo para tomar cartas en la batalla. -Me alegro de ver que hay cosas que ni la destrucción de la Tierra pueden cambiar-
-Vamos hombre, sabes perfectamente que el problema es que nuestra comandante no entendía de cosas de hombres- replicó Buttowski con una media risa. Si bien era cierto que Ekaterina Sledgovna Alexeyeva no era persona demasiado tolerante con la indisciplina y el desorden, esto tenía muy poco que ver con su condición de mujer, o mejor dicho, con el hecho de que Buttowski fuera hombre.

-¿Luchaste bajo las órdenes de “La Coronel”, la mujer que lideró la gran revolución que precedió al juicio de las seis horas?- Damaris contemplaba a Héctor con los ojos abiertos como platos. Ella misma era una de las decenas de miles de personas que presenciaron el Juicio de las Seis Horas y vivieron para contarlo. Ambos se habían conocido en el campamento de refugiados en Deimos. Damaris había trabajado jardinera para una familia terrestre afincada al sur del continente norteamericano, Héctor había ido allí a buscar potencial mano de obra para su jardín privado y Damaris le pareció lo bastante competente y disciplinada como para contratarla.
-Sí, de hecho ella fue mi instructora como soldado de tierra, serví con ella durante todo el Armagedón y estaba allí cuando se reveló contra sus jefes- Damaris parecía a punto de desmayarse de pura admiración. -No sé si lo sabrás, pero ella era la oficial en jefe en la base lunar que los exteriores atacaron como primera parte de su ofensiva contra la tierra, yo estaba allí como personal de seguridad. Lo cierto es que para ser una mujer que se apartó de todos los frentes calientes estuvo metida en bastantes momentos difíciles de la guerra- Héctor sonrió con un deje de ternura mirando al suelo.
-No puedo creerme que conocieras a una leyenda como ella ¡es increíble!- espetó Damaris. Héctor dejó ir un respingo a modo de carcajada.
-Hemos jugado un papel el uno en la vida del otro, eso es todo- matizó Héctor.
-Deberías sentirte honrado, un humilde soldado a las órdenes de “La Coronel”, la persona más célebre de…- Damaris estaba en éxtasis dialéctico, estaba claro que su idolatría por la figura de la comandante Alexeyeva esa superior a la media.
-Oye, oye ¿qué se supone que significa eso del humilde soldado?- interrumpió Héctor con el orgullo tocado. Damaris se limitó a arquear una ceja, mirándole como si su pregunta fuera la más absurda que podía formularse.


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