El Lobo y el Hada III

Y un trocito más, este algo más sentimental… El conflicto se acentúa hasta llegar a su primera meseta. Espero que disfrutéis del viaje.

Para cuando Todd despertó Naida había desaparecido, buscó alrededor de la cueva y dentro de ella, pero no la vio. La idea de compartir hogar con un lobo no debía de agradarle. Fue otro día tranquilo, se estaba volviendo buen pescador desde que la caza había desaparecido, pero un par de peces no eran algo que un lobo pudiera considerar una comida. De vuelta a su guarida se encontró a Naida sentada en su interior.
-Ahora apareces… te he estado esperando todo el día- lo saludó ella
-Tú eres la que ha desaparecido esta mañana
-¿Qué tal…has pasado el día?-
-algo he pescado- respondió lacónico Todd
-No está mal-
-Tampoco ha sido como para tirar cohetes-
-Ya… yo me he terminado lo que tenías, con eso he tenido bastante-
-Ahm- el lobo se sentó mirando a la entrada de la cueva, no iba a dormir, pero tampoco tenía sentido desperdiciar energías paseando. Todd miró al hada mientras esta se quedaba dormida. No sabía qué clase de delito podía cometer un hada, ni cómo había perdido su magia, pero incluso una canija remilgada con alas era mejor que estar solo.
Al día siguiente nevó, lo que no ayudó en nada a Todd a encontrar comida. Naida se quedó en la cueva todo el día sin nada más que hacer que pensar. Los siguientes días no fueron especialmente mejores para ninguno de los dos.
-Te he traído unas raíces- dijo Todd al tercer día.
-¿Dónde las has encontrado?- preguntó Naida con cara de ilusión.
-Bajo tierra- respondió tumbándose mirando a la entrada.
-Ya…- Naida comió un poco y se quedó mirando al lobo, parecía demasiado delgado.
-Si has traído esto supongo que has podido…bueno…-
-¿Matar?- la interrumpió Todd sin mirarla. No respondió. –He encontrado parte de un ciervo muerto-
-Entonces los dos hemos comido bien hoy-
-La verdad es que he llegado tarde y apenas quedaba nada-
-Oh… ¿Entonces por qué has traído comida para mí?- el lobo giró la cabeza y la miró. Naida nunca había pensado que un lobo podía parecer tan devastado. A fin de cuentas un asesino tenía que ser inmune contra todo lo que no fuera sobrevivir.
El cuarto día Naida se decidió explorar las proximidades. Aquella zona tampoco ofrecía demasiado fuera de la nieve y las ramas de los árboles, aunque había un riachuelo cerca, lo cual estaba bien. No encontró nada interesante, ni tampoco nada que comer, pero de todas formas la comida que Todd había encontrado duraría otro par de días. Las raíces que un lobo le había traído… aquella era una frase que no se decía todos los días.
-Hola…- le saludó al verle aquella noche. -¿Qué tal…estás?-
-Con un hambre de lobos- espetó éste. -Aunque parezca redundante-
-Su…supongo que sería raro que tuvieras hambre de pato-
-Sí… aunque me comería uno encantado… de hecho estoy a dos días de intentarlo con las piedras- comentó el lobo tumbado de cara a la entrada de la cueva.
-Oh… yo…- el hada dio unos pasos hacia atrás.
-Sigues estando fuera del menú, hada- rió el lobo.
-¿Seguro?-
-Los líquenes son más nutritivos- Naida tuvo un escalofrío. -¿Algo contra los líquenes?-
-El año pasado fue lo único que pude comer durante el último mes de invierno…-
-Por tu cara te gustan más las raíces- Naida asintió enérgica y repetidamente.
-No llegué a darte las gracias…- Naida se acercó un poco al lobo.
-Me llevó poco encontrarlas-
-Ni por lo del búho- un diminuto pasito más.
-Iba a comérmelo de todas formas-
-Ni por el refugio- y otro paso más. -Todd…- Naida estaba casi a su lado -Gracias- dijo finalmente apoyando su mano sobre la pata de Todd. Las orejas del lobo se levantaron de golpe por la sorpresa. Tenía miedo de asustarla si se giraba así que ambos se quedaron en silencio mirando la luna. Una luna creciente que avanzaba cortando el cielo como una guadaña fría, implacable, peor que cruel: mecánica.

La mañana del quinto día no fue brillante ni cálida y sí extrañamente silenciosa, quizás fuera la ausencia de viento. Naida le pidió al lobo que la acompañara sin hacer preguntas. Él no las hizo. Caminaron sobre la nieve un par de minutos antes de que el hada se detuviera en seco. Se quedó unos segundos mirando a Todd a los ojos.
-En ese claro… es… es posible que haya una madriguera de liebres-
-¿Estás?…- Todd se interrumpió al ver al hada sentada en una piedra con los brazos y las piernas cruzados, mirando el suelo a su lado. ¿Qué podía decir? Le acarició lo más suavemente que pudo con la punta de la nariz y desapareció entre los árboles, dejando a Naida confundida y preguntándose por qué la nariz de un lobo tenía que ser blanda y húmeda.
Acercándose con más velocidad que sigilo Todd cogió a las liebres desprevenidas, consiguió atrapar un par de ellas en el caos inicial y a otras dos en la desbandada. Dejó escapar a un par de adultos y se entregó a la primera comida en condiciones que había tenido en semanas. Para cuando volvió a donde había estado Naida esta estaba sentada con la cabeza apoyada en las rodillas, mirando en dirección contraria al claro.
-Has tardado mu…- dijo el hada cuando oyó sus pisadas. -…cho- añadió al verle.
-Hay un riachuelo cerca al que podemos ir- saludó Todd.
-Ve tú, yo tengo cosas que hacer-
-¿Quieres que te acompañe?- pero para entonces el hada había desaparecido.

Todd caminó sobre la nieve con paso tranquilo, no era estúpido, sabía que el hada necesitaba tiempo para ella misma. Aunque conociendo a Ílidan estaba claro que Naida volvería, el viejo druida siempre pensaba a largo plazo. Asesino… en toda su vida Todd no se había parado a considerar la magnitud de aquella palabra. Era algo más que la definición del que mata para vivir. Era un juicio, una sentencia, una valoración moral. No lo hacía por deporte, no lo hacía para divertirse, tenía que comer. Asesino. ¡Cómo si las plantas no estuvieran vivas! Suponía que si no gritaban y se retorcían no contaban. ¡Asesino! Como si lo hubiera elegido, como si fuera un vicio o una enfermedad. Era un carnívoro, nació carnívoro y moriría carnívoro. ¿Y qué hay de los insectos? ¿Por qué no cuentan? ¡Asesino! Nació así y no había nada que pudiera hacer ¡Maldita sea! No había nada que QUISIERA hacer al respecto. Era la naturaleza, cada uno ocupaba su lugar, todos cumplían su papel y el bosque seguía adelante. Nadie elegía de qué lado estaba…nadie sobrevivía para siempre.

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