No os hagáis ilusiones, no es un relato erótico. Las aventuras de Todd, Naida y el elusivo Ílidan continuan en este mes de mayo. Espero que os disfrutéis con el que quizás es el fragmento más duro de este relato.
Hay muchos tipos de hadas, las hay taciturnas y reflexivas, las hay sabias, las hay valientes y alocadas, las hay amistosas y tímidas, y las hay que prefieren una buena lectura a la luz de su propio brillo. Naida odiaba estar callada, si alguna vez la canonizaban sería la santa patrona de las porteras, las cotillas y las alcahuetas. Odiaba el silencio, y más aún odiaba estar con alguien que estaba en silencio sólo por fastidiarla. Todd por su parte era un lobo paciente, no es que fuera particularmente callado, pero un lobo puede recorrer más de setenta kilómetros en un día para encontrar comida. Podía pasar semanas sin decir palabra. Al segundo día Naida estaba al borde de la histeria clínica. Se daba cuenta de que Todd guardaba silencio deliberadamente. Lo veía allí tumbado, regodeándose en su silencio siguiéndola de acá para allá por la cueva con una oreja mientras él permanecía en silencio.
-¡Di algo, por Undine!- estalló finalmente Naida.
-Me gusta escuchar la nieve caer- dijo el lobo sin moverse un ápice.
-¡¿La nieve?! ¡La nieve no suena al caer! ¡Es nieve!-
-Puede- Todd casi sonríe.
-Te veo seguirme con tu oreja radar… ¡tu lo que estás es escuchándome volverme loca!
-Puede-
-¡Habla conmigo! ¡Estoy aquí!- dijo tirándole de una oreja
-¿Y de qué quieres hablar?- Naida sonrió ampliamente.
-No sé… ¿qué has hecho…hoy?- preguntó sentándose en el morro de Todd.
-Matar- respondió él mirando la entrada de la cueva.
-Además- dijo el hada con un suspiro.
-Dormir- segundo suspiro del hada.
-Pues yo me pasé todo el otoño peleándome con los pájaros por las semillas. OH… y me monté en las astas de un ciervo. Íbamos tucutú, tucutú- explicó haciendo como si montara un caballo.
-Hace mucho que no como ciervo…uno solo no puede cazarlos- una chispa se encendió en los ojos de Naida.
-¿Por qué no?- preguntó tumbándose sobre el morro de Todd con expresión atenta.
-¿Cómo?- aquello le pilló con la guardia baja.
-Si quieres hablar de eso, hablaremos de eso ¿Por qué no puedes?-
-Estrangulación- dijo Todd con voz sombría. -Así es como se caza Naida. Una noche cualquiera estás andando por el bosque cuando te das cuenta de que un trío de lobos te tiene rodeada, los miras, ellos te miran, y durante unos minutos no ocurre nada. Entonces echas a correr ¡ESE!- Naida dio un respingo. -Es tu error. El trío se lanza en tu persecución, corres con todas tus fuerzas hasta que dieciséis garras y más de ochenta dientes de lobo se clavan en tus cuartos traseros, quieres seguir, intentas seguir, consigues seguir unos metros, pero el dolor y el peso te tiran al suelo. Vas a intentar levantarte cuando una mandíbula se cierra sobre tu garganta y te corta la respiración. Otro juego de dientes se clava en tu cuello ahora que la manada se centra en tu mitad delantera. Coceas y luchas por levantarte, pero no hay nadie detrás. Poco a poco el mundo se apaga, los sentidos se adormecen y vas dejando de moverte, dejando de luchar, dejando de vivir- Naida estaba blanca y se sujetaba la garganta con las dos manos. -Un ciervo es demasiado grande para un único lobo- dijo Todd poniéndose en pié. -Eres libre de ir y venir a tu antojo Naida- Se marchó hacia el bosque sin ver las lágrimas que cubrían la cara de Naida.
-Reconocerás que sabe ponerle emoción a un relato- dijo Ílidan en el viento.
-¿Cómo puede…?- Naida temblaba y lloraba sentada en el suelo todavía con las manos en el cuello. -¿Todd ha…? Las liebres- Naida lloró con más fuerza
-En realidad a un animal tan pequeño le partes el cuello… Casi indoloro- explicó Ílidan.
-¿Por qué me lo cuenta? ¡¿Qué demonios le pasa?!-
-Le abandonaste y…-
-¡Pues que lo diga! ¡Que grite, que gruña y se enfade!- estalló el hada. – Pero no, se queda ahí sentado en silencio y cuando abre la boca es para ¡Eso!- Naida se puso en pié. -¡Si quieres que me vaya dilo maldito!… ¡Asesino!- gritó Naida al cielo. -Pero no me cuentes historias sobre lo divertido que es matar ciervos.
-¿Prefieres la historia de cómo te mata un ciervo?- dijo Todd de vuelta en la cueva.
-¡Sí!- gritó Naida sin pensar
-Uno de mis hermanos y yo estábamos en nuestra primera cacería, habíamos derribado a un ciervo pero él no se apartó a tiempo y cuando el animal lanzó una coz seguía allí. Su cabeza quedó destrozada y su sangre esparcida por el suelo. De cazador a carroña en cero coma siete segundos-explicó con voz oscura
-Tú no se suponía que te habías marchado a matar algo-
-Sólo había ido a regar el arbusto-
-¡Es mi comida!-
-Ya no quedaba nada- dijo Todd con tono casual.
-¡¿Qué?!- Naida salió disparada hacia la salida seguida por Todd. El hada revoloteó entre las ramas del arbusto desesperadamente y hasta se metió por entre las ramas buscando lo que fuera.
-Naida…-
-¡Cállate!-
-Ya te he dicho que…-
-¡Y yo te he dicho que te calles!- repitió el hada metiéndose entre las ramas del arbusto. El atardecer se convirtió en noche, pero Naida siguió buscando y rebuscando entre las ramas de un arbusto en el que ya nada quedaba más allá de las hojas y la madera. La luz que el hada emitía bailó entre las ramas durante las primeras horas de la noche hasta que, cansada y frustrada, salió del arbusto y se metió en la cueva del lobo sin mediar palabra. Naida no durmió bien aquella noche.
Cuando despertó, Todd no estaba. Se alegró de no tener que verle nada más comenzar el día. Hizo algunos calentamientos y salió al bosque a probar suerte. Sabía que ni siquiera con magia un arbusto podía dar dos cosechas, al menos no con la magia de una única hada. No pudo encontrar nada, ni frutos, ni bayas sólo agua para calmar la sed. Aquel invierno parecía que no iba a helar, lo cual, al menos, facilitaba el tema del agua.
Ya por la tarde Todd volvió, trayendo los escuálidos restos de un tubérculo anónimo y expresión de derrota. Aquello le valdría para el día, pero nada más. La dejó frente a ella y volvió a salir de la cueva.
-Es oficial- dijo pasándose la mano por entre los cabellos. -Todd quiere volverme loca- se agachó y comió un poco de aquel vegetal algo pasado y reseco.
Pero aquello fue todo lo que encontraron. Todd empezó a preocuparse seriamente al segundo día. Al tercero el estado de Naida había empeorado muchísimo y Todd se dio cuenta de que no iba a sobrevivir una semana sin encontrar comida. ¿Cómo podían sobrevivir las hadas? No había nada que pudiera hacer, aún si hubiera habido comida fuera de su territorio, hubiera estado demasiado lejos para llevar a Naida hasta allí. El primer día de la búsqueda Todd había pedido a Ílidan consejo sobre dónde encontrar frutos, bayas, verduras, tubérculos, y todos los tipos de vegetales que se le ocurrieron, pero el druida dejó claro que Todd no encontraría nada que Naida quisiera comerse.
-Ahora que caigo- se dijo el lobo la mañana del cuarto. -Dijiste nada que quisiera comerse- susurró mentalmente para su amigo.
-Muy perspicaz- le felicitó Ílidan -Preguntaste si sabía dónde podía encontrar lo que buscabas-
-No busco ninguna delicatesen Ílidan, sólo algo que Naida pueda comerse-
-Las piedras se pueden comer-
-Las piedras no sirven para comer-
-En realidad los pájaros suplen la falta de dientes tragándose guijarros que almacenan…-
-¡Naida no es un pájaro!- dijo en voz alta.
-Más exactamente no es una ardilla-
-¿Qué?-
-Que no es una ardilla, ni tampoco un corzo-
-Por una vez en la vida… o en la muerte, podrías ir al grano-
-Ni que necesitaras harina- se quejó Ílidan. -Digo que sólo habéis buscado lo que le gusta comer-
-¿A dónde nos lleva esto Ílidan?- Todd se sentó en el claro del bosque en el que estaba y se dio cuenta de que había una madriguera a escasos doscientos metros.
-¿En qué es distinta Naida de una ardilla?-
-Tiene alas… es menos peluda… no sé… es como una humana diminuta… ¡Oh no! ¡Tienes que estar de broma!- Ílidan no dijo nada. -¡¿Qué se supone que le tengo que decir a Nadia?!-
-Que crea a su cuerpo- respondió Ílidan antes de volver a sumirse en el silencio. Sí, era un gran argumento, que ella y su cuerpo lo hablaran. Iba a alucinar. Todd se levantó y se caminó hacia la madriguera de liebres. Por una vez en la vida el lobo hubiera querido saber cual era la jugada a cincuenta movimientos vista que su amigo tenía en mente.