La hermana pequeña VIII

La última entrega de este relato que ha salido en fragmentos más largos de lo habitual y me ha durado por tanto menos de lo esperado. Espero que haya resultado del agrado de todos, ahora ya sólo me queda acosar a mis opinadores habituales y hacer balance. Un saludo a todos.

En el espacio pude ver las enormes fragatas orbitando la Tierra, aquella inexpugnable barrera que iba a librarnos de cualquier ataque durante la guerra, el orgullo de la estrategia y la logística terráqueas. Y detrás, el espacio, infinito y vacío, y la astropista a Marte. Jakobsson transmitió nuestros códigos y respondió las preguntas de los oficiales que pretendían mantener la rutina “Viaje de placer” dijo al oficial en un momento dado. Recibimos el visto bueno y salimos catapultados hacia el espacio, camino de la astropista; un pequeño anillo que iba creciendo más y más a medida que nos acercábamos a él. Rompí de nuevo a llorar, esta vez de forma menos violenta, más triste, más consciente de la incertidumbre ante nosotros.
-Todo ha terminado… mi niña- Jakobsson cogió con firmeza una de mis manos, que tenía sobre mi pierna y me miró brevemente mientras con la otra introducía órdenes en el ordenador de control. La verdad es que, en aquel momento, deseé que estuviera absolutamente en lo cierto y que todo, absolutamente todo el universo hubiera terminado, y por un por un instante así fue. Por un fugaz segundo se hizo la completa oscuridad y la creación desapareció ante mis ojos. Desapareció sin dejar el menor rastro, hasta que desperté en la superficie de Marte.

-Y esa es toda la historia- concluyó pidiendo con un gesto la cuenta al ensimismado dueño del local.
-No está nada mal- concedí -Has pasado lo tuyo- le dije sonriendo.
-Todos los que estuvimos allí para ver el como la Tierra quedaba reducida a cenizas hemos pasado lo nuestro ¿Dónde estabas tú entonces?- preguntó desperezándose en la silla.
-De servicio a las órdenes de la Coronel- respondí yo dejando dando un billete al tabernero.
-Tienes que contarme esa historia la próxima vez, quizás entonces pueda invitarte yo a ti… si las cosas mejoran- dijo en tono de agradecimiento, sonriendo con la nostalgia que imprimen en quienes hablan las historias del pasado. Buena parte de la clientela del lugar parecía compartir nuestro sentimiento.
-¿Van mal las cosas?- le pregunté una vez fuera del bar.
-Van peor… de no ser por la ayuda de Jakobsson no sé que haría- respondió con la vista fija en la acera.
-¿El mayordomo?- inquirí algo sorprendido.
-Sí- asintió Érica. -Encontró un empleo como encargado de relaciones laborales…limando asperezas y asegurándose de que los ejecutivos no se despedacen entre sí- la idea del flemático mayordomo haciendo de niñera de los ejecutivos de Marte me hizo sonreír. -Le pega- sentenció mi hermana.
-No hay duda- convine yo mientras miraba al cielo rojizo y oxidado de aquel planeta industrial, antaño de segunda fila, quizás único beneficiado directo de la destrucción de la Tierra.
-Estuve viviendo con él tanto tiempo como me lo permitió mi orgullo, y aún hoy tiene siempre algo de sobra cuando lo necesito, creo que en realidad ahorra para cuidar de mí- Érica se pasó la mano por el pelo. -El resto se dispersaron, y ya ni sé dónde están- Nos metimos por una calle secundaria, de camino no sé muy bien a dónde. -En cuanto a mí, no he conseguido un trabajo decente desde que llegué, ni siquiera con mi formación he podido huir de la sombra de Köhler… nadie toma en serio a una mujer que trabajara para él- se quejó con bastante amargura.
-Ya… bueno, las cosas se arreglarán pronto, ya lo verás- vaticiné yo para animarla.
-Claro… y me casaré con un millonario- se burló Érica.
-¿No te basta con haber matado a uno?- ambos reímos débilmente. -Hablando del tema ¿qué fue de Marco?- pregunté finalmente.
-¿Papá?- un breve silencio. -Murió durante los enfrentamientos con la policía- resumió Érica con un suspiro. -Por lo que me contó uno de los empleados que sobrevivió organizó un buen jaleo- ambos sonreímos tristemente ante la idea.
-Quién iba a decir que el viejo acabaría de líder revolucionario ¿Verdad?- imaginar a mi padre guiando una revolución casera y luchando a mano armada contra la injusticia me hizo darme cuenta de cuan poco le conocía en el fondo, de cuanto hacía que me había marchada, pero sobre todo daba sentido a algunas de las frases de Marco que nunca llegué a comprender.
-Eso es como todo Héctor. ¿Quién iba a imaginar que tú ibas a terminar de soldado? ¿Quién iba a decir que yo iba a terminar así cuando estaba en la lujosa mansión de los Köhler? Mierda… ¿Quién demonios iba a decir que los exteriores destruirían la Tierra? Ni ellos mismos, ni siquiera lo supieron hasta que ya era demasiado tarde- Érica fue esta vez la que miró al cielo, deteniéndose un momento. -La vida da tantas vueltas que termina uno mareado… ni siquiera tiene sentido pensar en ello- sentenció con la vista clavada en el cielo. -Ese fue siempre tu problema hermano, piensas demasiado- concluyó dándome una palmada en el hombro.
-Tengo problemas mucho más graves, créeme- bromeé yo al tiempo que reprendíamos la marcha.
-Hemos llegado- anunció por fin algunos metros más adelante. -Trabajo en esa oficina… al menos esta semana es lo que hago-
-Entonces…- no sabía muy bien qué decirle.
-Nos vemos pronto ¿Vale?- se me adelantó Érica.
-Claro… llámame- respondí, probablemente con cara de estúpido.
-Lo haré- cerró Érica la conversación al tiempo que se dirigía con paso firme y sin mirar atrás hacia el monolítico edificio grisáceo.
Y mientras se alejaba, tuve que reconocer que mi hermana, aquella niña gritona y un tanto odiosa se había convertido en una auténtica mujer, tuve que reconocer que me alegraba de verla, que en el fondo las cosas no habían resultado quizás tan mal para nadie, aunque desde luego tampoco tan bien como hubiéramos querido, y viéndola caminar de camino hacia aquel edificio gris y un tanto destartalado con su paso firme y su movimiento un tanto sinuoso, tuve que reconocer que tenía un culo condenadamente firme y turgente. Reí interiormente ante esa idea, di media vuelta, y enfilé hacia el puerto espacial.
-¿Chevalier?- pregunté para mis adentros. -Soy Héctor Celaya-
-Buenos… ¿Qué hora es?- me saludó Chevalier.
-Media tarde ¿interrumpo?- sabía perfectamente que aquel hombre estaría trabajando… con independencia de la hora del día.
-No… no… no estaba con nada importante ¿Qué necesitas?-
-Tenía un favor que pedirte de Fénix Azul a fénix… verde me imagino- dije riéndome interiormente.
-¿Eso ha sido una referencia a los dólares?- dijo con asombro Chevalier. -No quedan demasiados que todavía las entendamos… me gusta- Chevalier era un nostálgico empedernido incluso para mis estándares y adoraba las referencias a cualquier momento del pasado, cuanto más crípticas mejor.
-Por abreviar, conozco a una chica que fue contable para los Köhler, en la Tierra, y querría saber si tienes un hueco para ella- escupí rápidamente.
-¿Köhler? ¿El mismo que habitaba tierras que ni los romanos osaron conquistar?- esperó un segundo e interpretó mi silencio como un sí. -Mira Blue, no es nada personal, pero llevo una empresa seria, concretamente una contabilidad muy complicada ¿Sabes cuantos números tengo que hacer únicamente para sacar las cuentas de tu base? No puedo colocar a una niñita incompetente, por mona que sea, por triste que sea su historia, o por mucho que te la hayas…- Chevalier estaba en realidad tratando de ser amable.
-Es mi hermana- lo interrumpí yo en tono tajante.
-Oh… lo siento- titubeó un momento. -Aún así, no puedo enchufar a la familia de todos los que lo pasan mal, aquí se hace un trabajo serio, y necesitamos a gente muy preparada- explicó Chevalier cambiando la forma más que le mensaje.
-¿Quién ha hablado de enchufe?- inquirí a modo de golpe de efecto. -Te pregunto si hay un hueco, quiero que le hagas una prueba a mi hermana, y decidas por ti mismo si te sirve- pude notar la confusión de aquel hombre cuadriculado donde quisiera que estuviera.
-Entonces ¿Quieres justicia o un trato preferente?- preguntó aún confuso.
-¿No es la justicia un tipo de trato preferente?- pude oír a Chevalier soltar un par de pequeñas carcajadas.
-Quizás la ponga a sacar tus números- concedió en tono amistoso antes de seguir cada uno con sus asuntos.
El resto de mi estancia en Marte fue mucho más rutinaria, recogí el paquete y lo entregué en Ganímedes sin mayores percances, fuera de la cara de asombro, y un ligero miedo, que tuvieron en la luna (Galileiana) al ver aterrizar al Fénix Azul, esto es, mi caza, en el hangar de un bloque de oficinas.
Ya en casa, si es que esa palabra puede aplicarse al lugar en el que vivo, recibí un mensaje en el que rezaba “Espero que volvamos a vernos… yo invito” escrito, además, con la más elaborada y femenina caligrafía que hubiera podido imaginar. Recibí la tarjeta (o el fax) y muchas miradas de soslayo por parte de mis trabajadores, que debían de tener una imaginación desbordante. Recibí la tarjeta, las miradas, y un par o tres de comentarios en un tono extraño por parte de Damaris que no llegué a comprender.
Sea como fuere, no tenía importancia, por una vez en la vida había conseguido mejorar la vida de alguien, de alguien importante para mí, y con eso me daba más que por satisfecho.

FIN


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