Aquí tenemos, por fin, el penúltimo relato de la saga de Elías y Jacqueline. Debido a una serie de vicisitudes, la mayoría relacionadas con mi natural tendencia a perder el tiempo, este es, probablemente, el post con el récord de retraso de la historia del blog. Espero que os guste. (3 páginas)
Luz fluorescente
El blanco techo, así como la potente luz fluorescente, desvelaron a Elías su situación más inmediata. A su alrededor el mobiliario esperable dadas las circunstancias, poco más que la cama sobre la que estaba tendido y un par de sillas para las visitas. La habitación era doble, como lo eran ya todas, pero la otra cama estaba vacía, no sabía en qué hospital estaba, pero, como suele pasarle a la gente que despierta en hospitales, no se alegraba de estar allí.
-Decadente ¿verdad? Dijo una voz junto a él mientras señalaba con la cabeza el fluorescente titilante que pendía del techo.
-Deprimente, pero como todos los hospitales- respondió Elías. –Me desmayé ¿no?-
-Sí, los médicos dicen que tiene que ver con lo tuyo. Dicen que no hay peligro, pero de todos modos te van a tener aquí hasta mañana por si acaso- su socio parecía preocupado.
-Vamos, vamos, que no estoy agonizando- Le animó Elías. –Pasa de vez en cuando, eso es todo- añadió dándole una palmada en el hombro.
-Oye… me tengo que ir ya… me alegro de que estés bien- dijo Juan en la puerta.
–Reponte pronto ¿quieres?- añadió, refiriéndose a mucho más de lo que podía entreverse. La puerta se cerró y se hizo el silencio por lo que Elías durmió.
El zumbido de una ambulancia le despertó ya bien entrada la noche. Junto a él estaba Jacqueline que le contemplaba con la mirada fija, sin haberse dado cuenta aún de que había despertado.
-¿Qué haces aquí?- Elías estaba más exhausto que antes de dormir.
-¿A ti qué te parece?- susurró Jacqueline inclinándose sobre la cama. –He venido a ver qué tal estás- Añadió bajando uno de los quitamiedos de la cama de hospital.
-He estado mejor- suspiró Elías. –No sé que me ha sucedido-
-Esa mujer no te hace ningún bien- susurró en tono maternal Jacqueline al tiempo que se metía silenciosamente en la cama de Elías. –Además, nunca te querrá tanto como yo- sus manos se posaron suave pero firmemente sobre el pecho de Elías, y sus uñas se clavaron en su carne con sutil anhelo desesperado, buscando probablemente arañar su corazón.
Noches de sexo y reproche. Un reproche sin palabras que acompaña cada marca de saliva en la piel y cada mirada enquistada en la retina. La efímera huella de calor tras la caricia nos eriza la piel para recordarnos que la soledad acecha en la oscuridad, esperando a que desaparezca la lumbre del tenue contacto físico.
A la mañana siguiente Elías se encontraba algo mejor, más despejado y tranquilo. El sol aún no había terminado de alzarse en el horizonte y proyectaba largas sombras en su habitación. Se quedó mirando a través de ella como la ciudad empezaba a desperezarse y prepararse para su cotidiana locura. En un momento determinado le invadió la certeza de que alguien le observaba y se giró hacia la puerta.
-Buenos días- le saludó una voz conocida. –He venido en cuanto me he enterado- añadió a modo de disculpa.
-Doctor, no sabía que trabajaba aquí- saludó Elías que no podía distinguir la figura del médico, que permanecía en el pasillo.
-No lo hago, estoy aquí como amigo. Te he traído un par de libros que estoy seguro te gustarán- Elías los vio sobre una de las sillas de visita.
-Empiezo a pensar que no voy a reponerme nunca- Elías miró el fluorescente titilante, ahora apagado, y soltó un largo suspiro. El médico soltó una potente carcajada.
-Todos los enfermos piensan eso alguna vez, incluso los que sólo se resfrían. Ten un poco de paciencia y pon algo de te parte y todo irá mejor- lo animó el doctor
-Ya, pero han pasado…- Elías se dio cuenta de que su interlocutor se había marchado por lo que se decidió a empezar uno de los libros de detectives que le había traído.
Ya a media mañana, sin haberle traído el desayuno, le dieron el alta y Elías salió del hospital, no sin antes pasar por la cafetería del mismo para no terminar ingresado por algo tan absurdo como una bajada de azúcar.
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