Éste es el último ejercicio de escritura en lo que viene siendo este año, a partir de ahora estaré trabajando en la novela de Héctor así que éste es el post que cierra la sección, al menos por el momento. El ejercicio consistía en escribir una escena que avanzara de forma lenta y otra que lo hiciera de forma rápida. Espero que os guste.
Ejercicio sobre ritmo en la escena
Paso a paso, así es como sucede casi todo. Todo, claro está, lo que no pasa de golpe, lo que no te acomete frío, mecánico, salido de entre tus propias manos.
Andando por la la ciclópea sala, una vez más, los pensamientos de Alex naufragaban en el interior de su cabeza, informes, inconclusos. Poco a poco un sentimiento oscuro iba tomando forma más allá de los muros, del hormigón de su mente, en las incólumes praderas vírgenes del subconsciente. Debía quemarlo, quemándolo hallábase en realidad, haciendo subir y bajar, ascender y descender, a quienes venían constituyendo, desde hacía ya mucho, sus férreos compañeros de fatigas, de secretos, de mundanas y simples monotonías.
Soltó las pesas y las observó mientras caían, un centímetro tras otro centímetro más, cayendo hasta dar contra el suelo estruendosamente. Debía irse marchando, en realidad, debiose haber marchado hacía ya mucho, alguna que otra hora, probablemente, decenas de minutos, sin ningún lugar a dudas. Ella seguiría, con total seguridad, reunida, trabajando, o cualquier otro sucedáneo
Caminando hacia su casa, ya no podían pagarse la gasolina, había tenido incluso, y muy a su pesar, que vender su adorada, su querida y fiel Yamaha. Casi, mas sólo casi, podía oír el rugir, el clamoroso grito de cada centímetro cúbico, cada caballo de potencia, cada ínfimo milímetro, fugaz y efímero, de goma quemada en la carretera. Alex suspiró girando en la siguiente esquina, la que daba a su calle y miró el balcón del que, años atrás, fuera su nido de amor, su refugio sacrosanto, su lecho de amor inflamado de noches en vela, de caricias sonrojadas, de dúctiles cuerpos, de pieles amadas. Quedábale de todo aquello, para su silenciosa desgracia, el fuego. No el mismo, claro estaba, no el dionisíaco fuego del alcohol cabalgando libre por sus ya abotargadas venas, ni las llamas de una afrodita encarnada en la mujer que, enamorada, susurra secretos, y sueños, y quizás mentiras… Pero qué hermosas mentiras. No… Quedábale únicamente, el fuego del infierno, íntimo y hasta cierto punto incluso romántico, del que quiere flotar y se ahoga, del que quiere amar, tal vez incluso ser amado, del que sueña en vano, del pobre infeliz de la frágil luna enamorado.
Ya entrando en su, a falta de término más preciso, hogar, Alex notó el olor acre y pegajoso de la ausencia, del vacío. Cristina aún no había regresado. Recorriendo la casa fue buscando, sin encontrar no obstante nada, una pista de que ella había estado allí. Cepillos abandonados en el baño, una cama vacía, deshecha, sucia. Una cocina homónima con sus platos y sus restos de alimentos procesados, pudriéndose o tal vez, atreviose a aventurar Alex, dando lugar a civilizaciones de bacilos con vehículos espaciales, literatura y diminutas strippers con tentáculos dorados.
De vuelta al comedor Alex tomó un retrato, tomó también el marco de madera oscura y, claro está, el cristal que encerraba la imagen de dos jóvenes, uno él mismo, abrazándose en las costas de un mediterráneo dulce y olvidado. Ahora todo era trabajo, obligaciones y reuniones para ella, y para él, él en paro, desde hacía meses ya ni se molestaba en buscar trabajo.
Cristina se había dejado su teléfono sobre la mesa. Alex nunca miraba su teléfono…naturalmente, como tampoco registraba su armario, la seguía algunas mañanas cuando salía, la interrogaba sobre cada amigo, ni había encontrado aquella lencería, que nunca le vio puesta y que tiró a la basura sin decirle nada. Sin embargo aquella tarde leyó el mensaje, y supo, que su novia tenía que ir a renovar los papeles del paro.
-Hija de puta -el cristal se rompió contra el suelo, estalló y huyó, entre miles de matices plateados.
Alex corrió. Salió volando escaleras abajo. Atravesó la puerta que daba a la calle. Y allí parado, mirando a ambos lados de la calle, Alex entendió. Ni siquiera sabía dónde ir a buscar.
Así que Alex esperó. Estuvo sentado en el sofá durante horas. Pensó en todo lo que le diría. Pensó en venganzas. Algunas incluso eran decentes. Pensó en que aquella puta había estado acostándose con algún cabrón… que de ahí venía su dinero. Lo que no pensó, lo que no le pasó por la cabeza, fue por qué había pasado meses manteniéndole. La puerta se abrió y Cristina entró con una sonrisa.
-¡Puta! -lo saludó él. Gritos y chillidos, y jarrones que volaban sin alas. Ella lo negó. Dijo que estaba loco y se fue a la cocina. Luego lo reconoció. Lo llamó vago, le insultó y le escupió a la cara. En sus ojos se veían años de rencor. Alex podía adivinar meses de determinación que le miraban, le desafiaban. Sin saber por qué, tenía un cuchillo en la mano. Sin saber cómo se encontró gritando amenazas. Sin saber cuando empezó a perseguirla. Y de repente, estaba muerta en el suelo.
Alex corrió por la casa. No hizo nada más que correr por la casa. No avisó a nadie ni tampoco intentó atenderla. Pero corrió por toda la casa.
-Mierda Cristina -fueron sus palabras de despedida. También lanzó algunas maldiciones claro. Alex no era violento si no le provocaban. Así nuestro héroe siguió corriendo por el piso. Quería llamar a nadie pero ¿A quien? Los vecinos habían decidido por él hacía ya un rato y alguien llamó al timbre. Alex dejó de correr. Fue a mirar por la mirilla y se encontró con dos policías de uniforme y cara de rutina.
-¡¿Qué cojones?! -exclamó Alex. Se quedó quieto unos segundos.
-Abra la puerta -ordenaron golpeándola apremiantes. Miró a su al rededor sin encontrar nada. Luego volvió a correr por la casa repitiendo la palabra del día: Mierda. Y entonces la vio. Abierta de par en par, la ventana de su habitación. Miró a Cristina y oyó los golpes en la puerta. Miró al cielo a través de la ventana, más golpes todavía. Por último, Alex caminó unos metros, y ya no oyó nada en absoluto.
Paso a paso, así es como sucede casi todo. Todo, claro está, lo que no pasa de golpe, lo que no te acomete frío, mecánico, salido de entre tus propias manos.