Reseña «intolerancia cero»

En origen tenía previsto escribir sobre una de las ponencias de la conferencia a la que fui la semana pasada, pero por una serie de circunstancias, estuve procrastinando más de la cuenta, y en cierto momento me invadió un poema y no me quedó más remedo que escribirlo. Más adelante ya explicaré con más detalle estas cosas. Sea como fuere os dejo a deber el artículo sobre la ponencia, con intención de publicarlo en breve, y os presento una reseña sobre un libro bastante interesante, cuyo autor es profesor mío en la universidad. El redactado es algo menos frío que en el caso anterior, pero, dado me puso buena nota supongo que la reseña no puede estar demasiado errada. (3 páginas)

En intolerancia cero Santiago Redondo Illescas nos presenta de forma harto extensa y detallada la dicotomía entre el castigo y la educación, o dicho en terminología más propia, las intervenciones contra la delincuencia de índole punitiva y aquellas que ponen el acento en la corrección de las conductas.

Con una prosa cercana y sencilla, sin llegar a ser simple o coloquial el autor apuesta por la moderación tanto en los controles como en el castigo, y relata como en los últimos años las penas se han ido endureciendo periódicamente en un proceso motivado al parecer por el populismo más salvaje, no por un aumento palpable en los índices de criminalidad, ni por las pruebas científicas de la eficacia de dicho método.

El concepto tolerancia cero fue acuñado, tal y como se narra en el ensayo, en Norteamérica en su lucha contra el consumo de substancias controladas y su tráfico, y se ha ido extendiendo a lo largo de los años por diferentes partes del mundo, especialmente Europa. En esta expansión la expresión tolerancia cero se ha usado como “mantra político” al amparo del cual se han llevado a cabo toda suerte de políticas muy distintas entre sí, y que se ha n ido paulatinamente radicalizando, alcanzando el cenit en Inglaterra.

El concepto de tolerancia cero tiene la base de su argumentación científica en la teoría de los cristales rotos. Esta teoría se basa en la siguiente metáfora explicatoria, cuando una casa tiene los cristales rotos se presupone abandonada, y en este punto es mucha más susceptible de sufrir otros deterioros intencionados, la mayoría de orden vandálico, hasta que finalmente es tomada, por así decirlo, por mendigos y toxicómanos y utilizada como refugio de la criminalidad en la zona. La teoría de los cristales rotos sostiene que con las personas sucede algo parecido, es decir, que un determinado individuo no pasa de buen cristiano temeroso de dios a criminal peligroso y reincidente de la noche a la mañana, por el contrario, los comportamientos antisociales van intensificándose gradualmente, empezando por algunos que pueden no ser siquiera peligrosos. Así pues es necesario intervenir poniendo el acento en las pequeñas conductas delictivas o criminogénicas, con el fin de detener el fenómeno criminal en sus etapas más embrionarias. No obstante, en sus orígenes, la teoría de los cristales rotos, e incluso la tolerancia cero original, tenían un corte mucho más socializador y educativo, ya que cuando se referían a intervenir en las primeras fases del desarrollo de la criminalidad no se referían tanto a perseguir y castigar a cada pequeño infractor, si no a educar y a corregir, por medio de herramientas socializadoras, las pequeñas desviaciones, para evitar así su derivación en conductas delictivas más severas.

La pregunta es ¿Quién convirtió una teoría racional y socializadora en la idea de la punición absoluta? Y lo que es más importante ¿Por qué?
Sobre la primera pregunta, y aún a riesgo de hacer notar en demasía mi antipatía con respecto del colectivo, fueron, cómo no, los políticos quienes convirtieron una teoría criminológica científica en poco más que en otro de sus ya innumerables eslóganes vacíos a la caza de votos. En cuanto al porque, y aún cuando personalmente me encantaría poder culpar a los políticos de dichos cambios legislativos, todo gobernante es la representación del pueblo que le ha escogido, o le permite seguir en el poder, siendo esto especialmente cierto para los regímenes democráticos. Es en este sentido, y tal y como se apunta en el propio ensayo, el alarmismo social, y la sed de venganza de la misma la que fomenta el punitivismo, quiero decir, que si se aplican estas políticas con el fin de conseguir votos, es porque alguien se los da.
Y es que la sociedad vive hoy en día en un estado de miedo cada vez más creciente, sin que ello tenga demasiado o nada que ver con las verdaderas tasas de criminalidad, ya sean extraídas de los informes policiales, de los datos gubernamentales, o de las encuestas de victimización. Sobre esto Habla también el autor en su obra, si bien los factores no terminan de estar del todo claros, si parece seguro que la paulatina despersonalización de la sociedad, es decir el hecho de que cada vez hay menos control social informal, las personas y los grupos se conocen menos los unos a los otros, es determinante en lo referido al miedo. Por otra parte, y como resulta evidente, el bombardeo constante por parte de los medios de comunicación y las autoridades en este sentido son también un factor clave en la génesis de este sentimiento de miedo. Señala Santiago Redondo Illescas un ejemplo que resulta, cuanto menos, paradigmático, éste es el de un alto cargo de los cuerpos de seguridad del estado que, aún disponiendo de los datos científicos que afirman que la delincuencia ha caído y está cayendo, o en el peor de los casos, algunos delitos como la violencia de género, se está manteniendo relativamente estable, hace declaraciones en el sentido contrario, afirmando que el problema se está agravando y que es necesaria una respuesta rápida por parte de las autoridades. Es un ejemplo de lo que a continuación denominaremos la corrección política.


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