Resurrección VII

Segunda penúltima parte del relato con el que llevo tanto tiempo peleándome. Dedicado a Demon por animarme a volver a redactar el final. (2 páginas)

Sentí un intenso calor durante apenas unos instantes y se hizo el silencio en todos mis sentidos. Sólo quedaba el ritmo, latidos de corazón y una respiración que se va volviendo más regular. Estoy seguro de que existe una proporción matemática entre el número de latidos y el de inhalaciones, pero nunca me he atrevido a calcularlo por miedo a que se perdiera el automatismo del proceso. Me llevó un rato tranquilizarme, pero tiempo era, precisamente, algo que iba a tener más que de sobras en adelante.

♦♦♦

Advertida alma en el pórtico, invocando al conocedor de almas.
Conocedor de almas disponible, escrutando alma.
Alma reconocida: Hector Celaya.
Hector Celaya puede recorrer el Valle de los Mil Caminos.
El libro de caminantes ha inscrito como “adepto” el alma de Hector Celaya.
Bienvenido al Valle de los Mil Caminos, has sido acogido por la arboleda de Ílidan.

Oí el sonido de unos cuantos pájaros que me resultaron familiares, luego el arrullo de la brisa acompañado por el tacto de la misma en la piel. Respiré profundamente y abrí los ojos. Para mi sorpresa me encontré con un inmenso cielo de un azul intenso, sólo interrumpido por alguna nube ocasional, blanca, esponjosa y suave.
-El cielo resulta un tanto… rústico- dije para mí mismo.
-Mis disculpas, pensé que tras haber pasado los últimos tiempos en una jaula de acero echarías en falta algo de naturaleza- dijo una voz sobre mi cabeza. –Si lo prefieres puedo conseguirte un ordenador, fluorescentes y todo eso- añadió solícito.
-Nah, odio la luz fluorescente, además tienes razón, el cambio es agradable- respondí sin molestarme en buscar a mi interlocutor con la mirada. –Sólo me falta el mar-
-Cierto, siempre olvido la importancia que tiene el mar para los humanos costeros. Servidor es de las montañas, y tengo poca memoria para estos detalles- contestó.
De repente me vi sentado en un cenador de madera frente a frente con mi interlocutor, separados por una mesa también de madera. Un gorrión comía distraídamente de las migas que había diseminadas por la mesa, moviéndose a saltitos a lo largo de la misma y mirando en todas direcciones con ese movimiento nervioso que les caracteriza. Mi interlocutor, por su parte, parecía bastante mayor, de aspecto tranquilo y sereno, con el pelo corto y una barba incipiente, más propia de un afeitado deficiente que de una voluntad por llevarla. Sus ojos sin embargo parecían estar llenos de fuerza y aplomo, en clara contraposición con el aspecto algo descuidado del resto de sí mismo. Un par de tazas de vaporoso té, que hubiera jurado no estaban allí en un primer momento humeaban sobre la mesa a ambos lados de una tetera, impregnando con su aroma el aire circundante y mis fosas nasales. Contemplé el brebaje durante algunos segundos sin terminar de entender nada, hasta que mi sediento cuerpo reaccionó y apuré la dulce y abrasadora bebida en un par de tragos.
-Me pareció que una bebida te sentaría bien- sonrió tenuemente el hombre.
-Sí, gracias, de todos modos no esperaba entrar en el cielo con mi historial- le confesé.
-Los he visto más santos, pero tampoco lo has hecho tan mal, y por fuerza Dios ha debido de bajar el listón desde tiempos bíblicos, de lo contrario el cielo cabría en un bloque de apartamentos- pese a su tono serio me pareció que aquel hombre bromeaba. –De todos modos ¿por qué habría de ser esto el cielo?- preguntó.
-Lo veo demasiado bucólico, acogedor y soleado para ser el infierno- dije simplemente.
-¿El infierno? Tengo la sensación de que crees que has muerto-
-Bueno, la última vez que lo comprobé tenía a un psicópata apuntándome con una pistola, así que creo que es una deducción bastante prudente-
-Sin duda, no obstante ¿Qué se puede deducir de la muerte?-
-Qué no forma parte de la vida, eso seguro-
-Muy atrevido comentario para alguien que nunca ha ido más allá de las fronteras de la vida- el anciano contempló el paisaje con aire ausente. –Bonito día ¿verdad?
-Si no estoy muerto ¿Qué estoy haciendo aquí? Es más ¿Dónde estoy?-
-Cuanta prisa ¿Qué os pasa en tu siglo? Todo el mundo va al grano sin disfrutar de los preludios- el anciano resopló un par de veces mientras hablaba.
-Cosas de las telecomunicaciones, ya sabes, el mundo va muy deprisa- bromeé
-No, el mundo siempre ha ido a setecientos noventa y dos mil kilómetros por hora junto con el sol por la galaxia y a ciento siete mil doscientos ochenta de media orbitándolo. Está hecho para ir a esa velocidad. Las personas, por el contrario, somos las que hemos ido yendo cada vez más deprisa, incluso contra nuestra propia naturaleza, siempre corriendo ¿Cuándo fue la última vez que te paraste a disfrutar de lo que te rodea?- refunfuñó el anciano con el tono característico de aquellos cuyo tiempo pasó y que no supieron adaptarse a las nuevas eras que llegaron.
-¿En la base lunar?- me limité a contestar con sorna.
-Más a mi favor, respira este fragmento de naturaleza, disfruta del canto de las aves, deja que el sol impregne tu piel y te cale hasta los huesos-
-Perdóname si no me deleito con los pequeños placeres de la vida, pero no valen mucho cuando se está muerto, o a escasos metros de un loco armado- respondí en tono cínico.
-Al contrario; una mariposa en mitad de un campo de flores es un mero detalle, pero en medio de la devastación de una guerra es un milagro casi divino- expuso gesticulando casi como un actor de teatro, con la taza de té en la otra mano. –Es una cuestión de contraste. Oferta y demanda- añadió dando un sorbo. -El caso es que en la adversidad, en la oscuridad, es donde los detalles tienen más valor ¿no estás de acuerdo?-
-Sin duda- respondió olfateándome la cara un lobo, que me miraba con intensísimos ojos caoba y dientes capaces de despedazarme de un bocado. Me levanté de un salto, quedando pegado a una esquina del cenador sin poder moverme, mitad por la impresión mitad por el miedo.
-¡Todd! Eres un lobo muy malo- lo reprendió una hermosa mujer que brillaba en tono azulado. El lobo se restregó contra sus piernas y quedó sentado a su lado. El extraño hombre sonrió tímidamente, era la primera vez que una expresión asomaba a sus labios y no sólo a sus palabras.
-Vale, ahora me creo que no estoy en el cielo ¿qué hace este lobo aquí?-
-¡Claro! No puede haber lobos en el cielo ¿es eso?- contestó el cánido entre gruñidos. –Me voy antes de darle a… esto motivos para tener miedo- añadió desapareciendo.
-Le ruego disculpe a mi compañero, es muy sensible con las reacciones que despierta en los demás a causa de su especie- su voz me sedó hasta casi hipnotizarme. Luego desapareció ella también. Me quedé de pie sin decir ni hacer nada, aún prendado de la voz de aquella extraña mujer fluorescente.
-¡¿Qué ha sido eso?!- exclamé totalmente fuera de mí.

(Sigue aquí…)


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